El seguimiento a Jesús nos exige despojarnos de todo, aún renunciar al mundo familiar, social, económico y cultural. A todo aquello que nos ate y no nos deje la libertad para asumir todo lo que Jesús hizo por amor. Seguir a Jesús, tomando su cruz nos cuesta, nos asusta, pero es ir tras las huellas del Maestro, supone coherencia de vida, valentía. No buscar el arribismo, el tener más para dominar al otro. El seguimiento a Jesús es amor, entrega, abandonarnos en sus manos y ser conscientes que todo lo que hagamos lo hacemos en su nombre. Porque el camino de la cruz nos lleva a la libertad, a saber respetar y acoger a las personas como hermanos, como lo exige Pablo a Filemón: “Trata a Onésimo no como esclavo, sino como hermano muy querido. Quiérelo como yo, porque tú eres cristiano” (Fil 9,16.20).

domingo, 25 de marzo de 2012


RENACER A UNA VIDA RELIGIOSA
 MÍSTICA Y PROFÉTICA

DIAGNÓSTICOS ACTUALES

1.     Vivencia quebrantada de nuestra consagración
2.     Malestar de qué se vive y cómo se vive
3.     La vocación: se soporta como designio del destino Existencias
·        Amargadas
·        Frustradas
·        Sufridas

A la “presencia” se refieren muchos elementos de significatividad o, mejor, ella es el punto de conjunción de aspectos fundamentales de la vida consagrada. En ella influyen ante todo individualmente las personas, el tono de su vida, aquello en que creen y por lo cual se ponen en juego, sus elecciones frente a la cultura, lo que se proponen ser y logran comunicar. Mientras que los “carismas” en su aparecer y en su afirmarse están ligados a una experiencia “personal”, la “presencia” está ligada estrechamente a la vida de la comunidad: su estilo de relaciones, su capacidad de acoger y participar, su involución en el contexto, su cercanía a la gente, las manifestaciones de su elección de Dios. La comunidad, en efecto, se coloca como signo de la fraternidad, de la comunión eclesial, de la presencia de Dios en la familia humana.

La imagen que la “presencia” da de sí misma depende de la clase de servicio que ofrece, de la mentalidad que transmite, de su colocación en el contexto cultural y social, de los medios que utiliza. En el discernimiento para volver a trazar las presencias se pueden privilegiar algunos de estos aspectos, en particular los que resultan más relevantes para el carisma, como por ejemplo la fraternidad, la misión..., o los que se consideran “generadores” de nuevas actitudes, relaciones o mentalidades.

Como había afirmado Juan Pablo II, la vida consagrada no tiene solamente “una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir”. Por tanto, aunque conscientes del malestar que ella está atravesando, sobre todo en Europa, por el envejecimiento del personal, el escaso flujo de vocaciones y el nuevo contexto social, cultural y eclesial, creo poder afirmar que el compromiso de renovación de órdenes, congregaciones e institutos a partir del Concilio Vaticano II no ha sido inútil, antes bien, está dando sus frutos.

 Es cierto que la vida consagrada en Europa se ha debilitado y encuentra difícil responder actualmente a las necesidades y peticiones de la Iglesia. También es cierto que en su tiempo Pablo VI le pidió ayuda para América Latina, especialmente después de la Conferencia del CELAM en Medellín y, más tarde, lo hizo Juan Pablo II para África, Asia y Europa del este. Pues bien, en ambas ocasiones nuestros institutos respondieron generosamente, enviando misioneros europeos. Hoy debemos subrayar la aportación notable que los religiosos de América Latina, Asia y África están ofreciendo a las Iglesias de otros continentes.

CORAZONES QUE HAN DEJADO DE LATIR EN RELACIÓN CON LA VOCACIÓN

CORAZONES

  • Cansados
  • Insatisfechos
  • Desencantados
  • Desilusionados

CORAZONES

·        Resentidos
·        Dolidos
·        Desorientados
·        Deprimidos


RENACER A LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU DE JESUCRISTO

·        Dejarnos llevar por el Espíritu
·        Nuestra forma de ser y de proceder se afinca en el seguimiento radical del Señor
·        Hemos de renacer a una mística profética
·        Apasionarnos por Cristo y en él por la humanidad

Nos encontramos en la obra de Jesucristo al Espíritu Santo como guía y artífice de la misma. Lo encontramos en el umbral mismo de la vida de Jesucristo: en la encarnación como hacedor de la misma; y nos lo volvemos a encontrar al final, sellando la obra redentora de Cristo, el día de Pentecostés. Está presente a lo largo de toda su vida: lo conduce al desierto, lo unge en el Jordán, y se establece entre los dos una perfecta unión de tal manera que el espíritu de Cristo es el Espíritu Santo.

Quien se deja llevar y, desde luego, transformar por el Espíritu Santo, consigue alcanzar la felicidad, pues deposita su vida en las mejores manos. Aunque muchos insistan en hablar sobre una religiosidad basada en el “súper hombre”, la realidad es que necesitamos del Espíritu de Cristo, especialmente, para superar las dificultades del camino, e ir creciendo como personas.

Es cierto que, al dejarnos llevar por el Espíritu Santo, tenemos que renunciar a muchas cosas como, por ejemplo, al materialismo imperante, sin embargo, no hay nada más grande que entregarse al verdadero amor. Seguir las intuiciones e inspiraciones del Divino Espíritu, exige luchar contra uno mismo, pues francamente no es fácil decirle que si aceptamos lo que nos pide, sin embargo, lejos de perder la paz personal, tenemos que superar el miedo y lanzarnos a la gran aventura de vivir al ritmo del Espíritu Santo.

Es así que Lucas nos dice en su evangelio: "Lo que estoy tratando de hacer aquí es conseguir que se relajen, que no estén tan preocupados por conseguir o buscar sus necesidades, entonces pueden responder a lo que Dios les está brindando. Las personas que no conocen a Dios y su forma de trabajar, se preocupan excesivamente por estas cosas, pero ustedes conocen a Dios y también cómo trabaja. Sumérjanse en la realidad de Dios, en la iniciativa de Dios, en las provisiones de Dios. Así encontrarán que sus preocupaciones humanas diarias serán cumplidas. No tengan miedo de perder. ¡Ustedes son mis amigos más queridos! ¡El Padre quiere darles el verdadero reino! "(Lucas 12:29-32).

Una comunidad que se teje desde la autenticidad y la delicadeza


1.     Transparencia fraterna y confianza incondicional
2.     Autenticidad del corazón: el arte de saber escuchar
3.     Manifestar lo que se es y lo que se tiene
4.     Asumir la verdad y desenmascarar la falsedad

“El amor de Cristo ha reunido a un gran número de discípulos para llegar a ser un sola cosa, a fin de que en el Espíritu, como Él y gracias a Él, pudieran responder al amor del Padre a lo largo de los siglos, amándolo «con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (Dt 6,5) y amando al prójimo «como a sí mismos» (cf Mt 22,39).

Entre estos discípulos, los reunidos en las comunidades religiosas, mujeres y hombres «de toda lengua, raza, pueblo y tribu» (Ap 7,9), han sido y siguen siendo todavía una expresión particularmente elocuente de este sublime e ilimitado Amor. Nacidas «no del deseo de la carne o de la sangre» ni de simpatías personales o de motivos humanos, sino «de Dios» (Jn 1,13), de una vocación divina y de una divina atracción, las comunidades religiosas son un signo vivo de la primacía del Amor de Dios que obra maravillas y del amor a Dios y a los hermanos, como lo manifestó y vivió Jesucristo.

Dada su relevancia para la vida y para la santidad de la Iglesia, es importante tomar en consideración la vida de las comunidades religiosas concretas, tanto las monásticas y contemplativas como las dedicadas a la actividad apostólica, cada una según su propio y específico carácter. Lo que se dice de las comunidades religiosas se entiende referido también a las comunidades de las sociedades de vida apostólica, teniendo en cuenta su carácter y su legislación propia”[1].

La coherencia de una vida consagrada: actuar desde la transparencia

La consagración bien sabemos que no es huída del mundo, ni camino para hacer e bien a los demás. “No se abraza la vida consagrada en primer lugar para hacer cosas buenas, porque hoy pueden hacerse de diversas manera, sino para estar delante de Dios, como lo ha estado su Hijo, con la exclusividad de la orientación de los afectos, los deseos, los proyectos y las expectativas.” Y así, las personas que abrazan la vida consagrada no dejan de ser personas, por el sólo hecho de consagrarse.

Si se trata de transparencias, la vida religiosa no es más que eso, una especie de cristal límpido en carne humana de la vida de Jesús de Nazaret. Un cristal de larga historia, un cristal a veces opacado, otras veces escondido o insignificante, pero siempre hecho cara humana. Creo sinceramente que hay mucho perfume, y que hay mucha vida religiosa quebrantada, pero también pienso que la transparencia es una decisión cotidiana, característica de todo aquel y aquella que va aprendiendo a acoger la vida más que a pensar sobre ella. Transparencia, por otra parte, sufrida y querida al mismo tiempo, hecha de heridas sin cicatrizar y de pasos mal fundamentados. Y transparencia también amasada en la confianza en un Dios que no nos deja huérfanos, y que quiere que el barro sea nuestra señal de identidad, y que nos enseña que la presencia en medio del pueblo de Dios no consiste en grandes hazañas, en números de afiliados, en estadísticas a tope, y en conventos abarrotados.

Y AL CONFIGURARSE, NADIE LO PUEDE ROMPER:

-  Alguien mira sin acaparar y descubre que la valentía no consiste en vociferar sino en mantenerse firme en lo que conduce a una verdad radical;
-  Después de mucho decir, uno ve que lo que importa no es la promesa hecha, sino el camino de seguimiento que cada día se reemprende y tras muchas batallas, se deja configurar por el Amor único y totalizante de Jesús.
-  Y, va descubriendo que su felicidad está en no pretender riquezas ni seguridades y que la gratuidad es la ropa que lleva puesta.


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