El seguimiento a Jesús nos exige despojarnos de todo, aún renunciar al mundo familiar, social, económico y cultural. A todo aquello que nos ate y no nos deje la libertad para asumir todo lo que Jesús hizo por amor. Seguir a Jesús, tomando su cruz nos cuesta, nos asusta, pero es ir tras las huellas del Maestro, supone coherencia de vida, valentía. No buscar el arribismo, el tener más para dominar al otro. El seguimiento a Jesús es amor, entrega, abandonarnos en sus manos y ser conscientes que todo lo que hagamos lo hacemos en su nombre. Porque el camino de la cruz nos lleva a la libertad, a saber respetar y acoger a las personas como hermanos, como lo exige Pablo a Filemón: “Trata a Onésimo no como esclavo, sino como hermano muy querido. Quiérelo como yo, porque tú eres cristiano” (Fil 9,16.20).

lunes, 5 de marzo de 2012


HOMBRE DE FE Y DE ORACIÓN


Cuando Dios llama a un ideal tan elevado, lo hace con una enorme delicadeza. Un comienzo de alusiones e insinuaciones que concluye en el permanente fluir de una voz casi imperceptible y no obstante sutil y penetrante.

Cuando Dios llama a la vida monástica, cuando invita al hombre a iniciar con El ese gran diálogo que es una vida entera de oración, suele extremar al máximo el respeto que siempre tiene a nuestra libertad. Pero siempre es Dios quien facilita nuestra respuesta. La vocación del monje suele ir acompañada de ciertas disposiciones a la vida contemplativa. Sin las cuales la vida monástica es tan sólo una invitación al despiste y a la pereza.

Fundamentalmente son dos:
    
Ha de ser hombre de fe. Lo que quiere decir que sepa gustar del gozo de la fe. Y ser un hombre de oración. Que contra las tentaciones del activismo y de la agitación, sienta el alto valor religioso de la pura oración de alabanza.

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