El seguimiento a Jesús nos exige despojarnos de todo, aún renunciar al mundo familiar, social, económico y cultural. A todo aquello que nos ate y no nos deje la libertad para asumir todo lo que Jesús hizo por amor. Seguir a Jesús, tomando su cruz nos cuesta, nos asusta, pero es ir tras las huellas del Maestro, supone coherencia de vida, valentía. No buscar el arribismo, el tener más para dominar al otro. El seguimiento a Jesús es amor, entrega, abandonarnos en sus manos y ser conscientes que todo lo que hagamos lo hacemos en su nombre. Porque el camino de la cruz nos lleva a la libertad, a saber respetar y acoger a las personas como hermanos, como lo exige Pablo a Filemón: “Trata a Onésimo no como esclavo, sino como hermano muy querido. Quiérelo como yo, porque tú eres cristiano” (Fil 9,16.20).

domingo, 25 de marzo de 2012

EL MONACATO CRISTIANO





Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Mt 19,29.

Tres fragmentos sobre el monacato

No es fuga del mundo lo que legitima en última instancia el monacato cristiano, sino el radical hallazgo de Dios encarnado que llega a polarizar del todo la vida en el más dulce y liberador “secuestro” de todo aquello que es secundario, banal y frívolo.

Esto hace que la fuga del mundo no se explique desde el desprecio de las realidades temporales sino desde su extrema relativización ante el absoluto que representa Dios amado sobre todas las cosas (no contra todas las cosas).

La ascética no es la autodestrucción pesimista de la propia vida en una extraña inmolación a un Dios Abstracto, sino la libertad con la que se quiere educar una pertenencia amorosa a ese Dios con nosotros encontrado.

El silencio, no será el mutismo censurador de quién no tiene nada que decir, sino el asombro de quién se abre a la escucha profunda de la Palabra para la que nació.

La soledad, por último, no será el aislamiento cobarde o la escapada irresponsable a un escondrijo privado, sino la elección suprema de un espacio en donde reconocer y celebrar la Presencia de la que somos peregrinos y desde la que se nos envía como testigos.


El monacato no es algo privativo del cristianismo, gentes que se retiraban de la vida en comunidad para vivir una vida ascética y que después reunían seguidores que se ponían a vivir en común, es un fenómeno anterior al cristianismo del que tenemos constancia por la propia Biblia, y que se ha desarrollado en casi todos los movimientos religiosos a lo largo de la Historia, y ahí están, sin ir más lejos, los monjes budistas.

Desde la primera época del cristianismo este fenómeno que tenía amplia tradición en el pueblo judío, comenzó a desarrollarse ya dentro de la Iglesia cristiana, y en el siglo IV San Agustín (uno de los grandes Padres de la Iglesia y autor de Confesiones y La ciudad de Dios y de una teoría sobre el sexo que la posterior moda puritana ha enterrado totalmente) da una serie de normas para aquellos que se retiraban al desierto y después comenzaban una vida en común con otros anacoretas.


Conclusiones

La vida monástica (en su forma inicial) aparece en varias de las más importantes religiones del mundo civilizado, lo que nos demuestra que es una reacción humana y normal ante las aspiraciones morales y espirituales, ya que fue la enseñanza de Jesús la que dio forma a esas aspiraciones.

El monacato cristiano representa un paso en la evolución de la vida perfecta.





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