EL MONACATO CRISTIANO
Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas,
o padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y
heredará la vida eterna. Mt 19,29.
Tres
fragmentos sobre el monacato
No
es fuga del mundo lo que legitima en última instancia el monacato cristiano,
sino el radical hallazgo de Dios encarnado que llega a polarizar del todo la
vida en el más dulce y liberador “secuestro” de todo aquello que es secundario,
banal y frívolo.
Esto
hace que la fuga del mundo no se explique desde el desprecio de las realidades
temporales sino desde su extrema relativización ante el absoluto que representa
Dios amado sobre todas las cosas (no contra todas las cosas).
La
ascética no es la autodestrucción pesimista de la propia vida en una extraña
inmolación a un Dios Abstracto, sino la libertad con la que se quiere educar
una pertenencia amorosa a ese Dios con nosotros encontrado.
El
silencio, no será el mutismo censurador de quién no tiene nada que decir, sino
el asombro de quién se abre a la escucha profunda de la Palabra para la que
nació.
La
soledad, por último, no será el aislamiento cobarde o la escapada irresponsable
a un escondrijo privado, sino la elección suprema de un espacio en donde
reconocer y celebrar la Presencia de la que somos peregrinos y desde la que se
nos envía como testigos.
El
monacato no es algo privativo del cristianismo, gentes que se retiraban de la
vida en comunidad para vivir una vida ascética y que después reunían seguidores
que se ponían a vivir en común, es un fenómeno anterior al cristianismo del que
tenemos constancia por la propia Biblia, y que se ha desarrollado en casi todos
los movimientos religiosos a lo largo de la Historia, y ahí están, sin ir más
lejos, los monjes budistas.
Desde
la primera época del cristianismo este fenómeno que tenía amplia tradición en
el pueblo judío, comenzó a desarrollarse ya dentro de la Iglesia cristiana, y
en el siglo IV San Agustín (uno de los grandes Padres de la Iglesia y autor de Confesiones
y La ciudad de Dios y de una teoría sobre el sexo que la posterior moda
puritana ha enterrado totalmente) da una serie de normas para aquellos que se retiraban
al desierto y después comenzaban una vida en común con otros anacoretas.
Conclusiones
La
vida monástica (en su forma inicial) aparece en varias de las más importantes
religiones del mundo civilizado, lo que nos demuestra que es una reacción
humana y normal ante las aspiraciones morales y espirituales, ya que fue la
enseñanza de Jesús la que dio forma a esas aspiraciones.
El
monacato cristiano representa un paso en la evolución de la vida perfecta.
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