El seguimiento a Jesús nos exige despojarnos de todo, aún renunciar al mundo familiar, social, económico y cultural. A todo aquello que nos ate y no nos deje la libertad para asumir todo lo que Jesús hizo por amor. Seguir a Jesús, tomando su cruz nos cuesta, nos asusta, pero es ir tras las huellas del Maestro, supone coherencia de vida, valentía. No buscar el arribismo, el tener más para dominar al otro. El seguimiento a Jesús es amor, entrega, abandonarnos en sus manos y ser conscientes que todo lo que hagamos lo hacemos en su nombre. Porque el camino de la cruz nos lleva a la libertad, a saber respetar y acoger a las personas como hermanos, como lo exige Pablo a Filemón: “Trata a Onésimo no como esclavo, sino como hermano muy querido. Quiérelo como yo, porque tú eres cristiano” (Fil 9,16.20).

miércoles, 29 de febrero de 2012



LA VIDA CONSAGRADA EN LA IGLESIA CATÓLICA


A lo largo de la vida de la Iglesia la vida consagrada se ha concretado en diversas manifestaciones que evidencian la riqueza que esta forma de vida encierra y al mismo tiempo su demostrada capacidad para responder, desde el Evangelio, a las necesidades de la Iglesia y de la sociedad propia de cada momento histórico. Tanto las que implican la "fuga mundi" (ascetas, eremitas, monjes, religiosos...) como la vida consagrada organizada en medio del mundo (institutos seculares, sociedades de vida apostólica o asociaciones de fieles...), o la vida consagrada personalizada en medio del mundo (orden de vírgenes, viudas...) muestran esta disposición de la vida consagrada para ponerse a la escucha del Espíritu y para responder en cada momento a las inspiración de este mismo Espíritu ante las nuevas necesidades de los hombres y de los pueblos y en las distintas y cambiantes circunstancias de un mundo y una historia que en Dios tienen su alfa y su omega.

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